Eso que nos provoca el fútbol en en los argentinos y que a veces es difícil de explicarle a alguien que no lo siente, puede seguramente resumirse en la palabra: pasión. Esa pasión por el fútbol o por un equipo de fútbol, provoca un tipo de vínculo especial. Están los compañeros de tribuna, los ocasionales y los que encontramos siempre en el mismo lugar. Y está el vínculo emotivo, el familiar.
Por edad, por afinidad y por un creciente amor por la camiseta, hace no mucho tiempo, mi hijo se convirtió en mi fiel compañero de cancha. Y no debe haber mejor programa que ir a la cancha embanderado con un hijo. Esta rutina actual me disparó al recuerdo de cuando era yo el que acompañaba a mi viejo. Y siempre agradeceré su gusto por el buen fútbol y su mente abierta que me permitió a los 9 años desoír el mandato familiar y hacerme hincha para siempre de ese equipo que alguna vez habíamos ido a ver, porque jugaba un 10 que estaba destinado a ser el mejor del mundo. Sin edad para ir solo a la cancha, fue mi viejo el que me acompañó a verlo campeón dos veces y a verlo jugar la Copa de la Libertadores, que luego ganaría en Paraguay. Más grande seguí mi periplo solo o con amigos, en años en que las mayores satisfacciones eran volver rápido a Primera tras el sufrimiento de algún descenso. Hubo más acá en el tiempo otra día de los inolvidables. Ayer se cumplieron nueve años de la consagración de Argentinos Juniors en el Clausura 2010. Fue la alegría más grande que viví en una cancha. Porque estaba con mi viejo y también con mi hijo.
Y ese abrazo interminable de los tres, es ese sentimiento que tanto cuesta explicarle al que no siente la pasión por el fútbol.
Fuente: Clarin