Un periodista de Clarín participó del Campeonato Federal de la Empanada. Y su elección coincidió con la de prestigiosos cocineros y referentes de la gastronomía. Ahora va por más.
Habiendo tanta gente capacitada (que de hecho ya había sido convocada), más de una vez me pregunté en los días previos cuál podía ser mi aporte como jurado en el Campeonato Federal de la Empanada.
Cómo calificar un repulgue si mis propias empanadas las hago con un aparato de plástico que sella la masa y les deja un dibujito bastante presentable. ¿Y la carne? Parece que la picada (molida para hablar con propiedad) es casi un sacrilegio; y volviendo a las mías las hago con la picada que viene en bandejitas en el supermercado (¿nalga, novillo, bola de lomo? Andá a saber…)
Mi pasado reciente como jurado de la Copa América del Helado (empecé por el postre) funcionaba como aval y el (exagerado) apoyo de mis compañeras Natalia, Belén y Julieta, quienes impulsan mi carrera como jurado gastronómico, me terminaron de convencer. «Sos la voz del pueblo», dijeron (avisé que exageraban).
Más que del pueblo podría sentirme el representante de la sociedad, palabra abarcativa si las hay. Todos comimos miles de empanadas, todos preferimos alguna y descartamos otra y todos tenemos nuestra favorita.
La mía sigue siendo la de mi mamá. Es tan livianita que con mi hermano (mi hermana disiente) tenemos la teoría de que podemos comernos un montón y nunca nos vamos a llenar. Y después están las de las pizzerías o casas de empanadas. Vamos variando, probamos de algún lado, vamos por otro. En definitiva, somos jurados de nuestro propio campeonato de la empanada.
Aceptado el desafío, me encuentro en la Feria de Mataderos, en una especie de sambódromo, rodeado de tribunas, en una mesa en el centro junto a prestigiosos cocineros y especialistas en gastronomía, dispuesto a ponerles puntaje (del 1 al 5 para la masa, el relleno, el repulgue y la cocción) a 15 empanadas distintas, de diferentes regiones del país.
Fueron tres tandas de cinco con un breve receso entre cada una. Por suerte aclararon que no hacía falta terminarla. No debe haber comida más difícil de no terminar que una buena empanada.
Y estaban todas de buenas a buenísimas. Había fritas o al horno, con carne de llama, oveja, cordero o vaca. Las empanadas se sucedían y aparecían conceptos como grasa de cerdo, pimienta de Jamaica o salmuera tibia. Algunas chorreaban y parece que está bien. Juan Braceli, uno de los conductores de Cocineros Argentinos, me explica que lo que tiene que gotear es caldo y no grasa. Un bocado más para comprobarlo y ya perdí la cuenta de cuántas empanadas habría comido entre media, un tercio o un pedacito.
Hasta que llega una en la recta final que me perece perfecta. Sabor único, cocción al horno perfecta, el repulgue (me dan todos iguales, deberé repasar esta materia) y la masa inigualable. Veinte sobre veinte, mi puntaje para la de Mendoza. Y Dolli Irigoyen dice algo así como: «Qué sabores diversos. Hay que remontar después de una tan buena».
¿Tan buena? ¿Habremos coincidido? Y llega la última, la decimoquinta. Comí 15 empanadas distintas, las califiqué a todas. El animador (el payador Mireya, un crack) anuncia los finalistas y el campeón: Mendoza.
Admito que levanté el puño, que lo festejé. Sentí que yo también había ganado, que me había recibido de jurado. Y que ya puedo empezar a entrenarme para el Campeonato Nacional del Asado. La ensaladita puede esperar.
Fuente: Clarin